Después de leer el drama ingles, romántico por excelencia, Romeo y Julieta de William Shakespeare, a sabiendas que es una historia imaginaria, queda uno soñando con esos amores que son eternos, en su caudal de fuerzas interiores que nunca parecen agotarse.
Fue llegado a mi juventud, cuando tuve la oportunidad de introducirme en la obra de un grande de América y de México, Amado Nervo, al leer de un golpe como solía por aquellos años hacerlo, su Amada Inmóvil y darme cuenta que hay amores de verdad que no puede la imaginación mas rica comprenderlos, que destilan ese sabor de nunca tener fin mas que los limites que Dios pone a la existencia humana.
Hoy en la persona de mi abuelo Sebastián, leo una historia donde el amor no acaba con la separación física, crece y continua vivo en otros matices que la vida ofrece y ha veces no solemos meditar en ellos.
Sebastián nos trae una poesía y una narrativa, cargada de nostalgias por la persona amada, rica de sensibilidad y gusto estético, pero vibrando dentro, con una ternura imposible de describir.
Extraordinario ser humano, que Dios puso en mi camino. Sin estarlo buscando apareció. Como surgió en la creación literaria de Shakespeare, Romeo y Julieta, como apareció en la vida de Nervo, su amada inmóvil.
Aparece Sebastián, mi abuelo, en mi vida, con esa carga de AMOR, que necesitamos a veces los que nos hemos caído tantas veces y lloramos sin ser vistos y amamos sombras que se han ido y cultivamos el extraño Don de los silencios. Que no tememos decir, me he equivocado, y poniendo las rodillas en la tierra rogamos a Dios cada mañana, agradecidos de permitir que nuestros ojos sigan viendo un nuevo amanecer.
Gracias Señor, porque tú y yo sabemos que los sueños, no duran para siempre, pero tienes la maravillosa potestad de hacer que así parezca.
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