martes, 7 de julio de 2009

La casa de doña Josefa y Carmen Cuba.


De los muchos recuerdos que tengo de mi niñez, uno vive, atesorado cual ninguno, la hermosa paz que transpiraba la casa de doña Josefa y Carmen.
Carmen Cuba, era una maestra compañera de mi madre y vecina de nuestra familia, la casa que habitaban, parecía la escena de un cuento infantil. Me toco visitarlas a ella y su mamá, algunas veces, acompañando a mi madre.
Se entraba por un camino angosto, lleno de flores y entradas de patios de otras familias, conocidas. Al fondo se ubicaba la casa de doña Josefa y Carmen. Estaba construida toda de madera, los pisos, las paredes y el techo, en nuestro barrio existían muchas casas con ese estilo de construcción, pero esta tenia una magia especial.
Su dueña era una señora bajita con el pelo de oro y blanco, y un aire español inconfundible, salía siempre a recibirnos y desde allí disfrutaba yo de la visita.
A un costado el enorme patio lleno de árboles y plantas arreglado y limpio, barrido todo, cada cosa en su sitio, adentro las ventanas tipo americanas a medio alzar, dejando entrar la brisa y la frescura de la tarde. Se completaba la visita con un vaso de limonada que me obsequiaba la amable anfitriona.
Han pasado muchos años y las señoras de que hablo ya no están con nosotros. Nada sé de la suerte de tan hermosa casa de madera.
Solo quedan los recuerdos y esa nostalgia que los rodea, en las tardes de lluvia y como si me faltara algo, cierro los ojos y me traslado hasta aquel querido lugar que impresiono mi infancia, cierro los ojos y deambulo en silencio, como cuando niño por el portal, toco su barda de madera y camino por sus duelas pulidas y cuidadas, y hasta mi llega el olor a hierba buena y albahaca y el canto de los gorriones en los árboles del patio.

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