domingo, 29 de marzo de 2009

Siempre me han gustado los días grises, a punto de llover, como de invierno, me trasmiten un estado indescriptible de belleza y serenidad, que no logro visualizar en los claros y veraniegos, aunque me encanta la playa y el ambiente que se desprende del verano, prefiero esos momentos especiales del año en que el sol esta escondido y la lluvia amenaza con caer.
Me gusta caminar y hablar de la ultima película que vi, conversar mientras enfilo por calles y calles sin importarme a donde me llevan, una buena conversación y un día gris, es poco.
Cuando vivía en Cuba, tomaba la calle 60 hacia la playa de Marianao, si no encontraba compañía me iba solo, mirando las casas de Buenavista, que siempre mi imaginación unió a salas de viejos cines de barrio y noches de películas de los años 30 norteamericanas, El hombre lobo, Drácula.
Amparo solterona, con la retahíla de muchachos rumbo a algún cine que mi memoria se niega a recordar, en tiempos de norte y con ese frió invernal tan sabroso en la Habana, donde las ráfagas de aire helado se cuelan por debajo de las prendas que nos ponemos para conservar un poco nuestro calor corporal.
Las calles solitarias y el viento que aúlla como lobo, creando la atmósfera ideal para ver desembocar por una de las calles semioscuras a Blakaman o al fantasma de la cara platinada, personajes típicos de una época que solo vive en mi memoria, por los cuentos que de niño, mi madre y mi abuela contaban en las noches de invierno.

En dichas noches no podía faltar hablar de la hora de los ladrones, las tres de la mañana. Y no falto noche que mi madre y yo, sentíamos alguna persona brincar la tapia ya entrada la madrugada y nosotros callados y silenciosos seguir por todo el largo pasillo a la persona que jamás trato de entrar en nuestra casa pero, la utilizaba de paso para ir de patio en patio tras alguna fechoría, aún recuerdo como se escuchaban las hojas del piso crujir ante el paso de un hombre que dibujaba su silueta en los nevados vidrios de nuestras ventanas, y a mi madre empuñar un palo de escoba convirtiendo un instrumento de limpieza en un arma para defendernos.

Todo esto alimentaba mi infancia rica en narraciones y vivencias, como aquella de la bodega del crimen, suceso que acaeció en los tiempos de la colonia en un viejo caserón a la orilla de las vías del ferrocarril, un lugar deshabitado y en ruinas, que teníamos que pasar de lunes a viernes a las 12 de la noche mi madre y yo. Contaban que en aquel lugar, había un enorme almacén de víveres y en una disputa por una mujer un hombre mato de una puñalada a otro.

A esa hora era mi reto mas grande, al bajarnos del autobús pasábamos de regreso a casa, por aquella calle oscura , que tenia de un lado las altas bardas del famoso colegio de Belén donde estudio el Comandante Fidel Castro y del otro lado la bodega del crimen , con sus ventanas en ruinas y sus paredes destrozadas por el tiempo, mirando de reojo temía ver aparecer el fantasma del muerto lleno de sal en cualquier momento. Pasando el puente del ferrocarril, una luz pálida nos esperaba en la esquina, llegados allí respiraba aliviado.

Una tarde, en la escuela, uno de sus estudiantes, un joven bromista, le metió en la gaveta del escritorio de mi madre un sapo verde y con los ojos saltones más feos que puedan imaginar. Al abrir ella el cajón aquel animal salto y fue a dar al piso en un vuelo de dos metros, croo y se perdió rumbo al rió, mi madre se puso blanca como un papel y un soldado que también recibía clases se paro indignado y saco la pistola gritando, el próximo desgraciado que le haga una broma a la maestra lo enfrió aquí mismo, mi madre se acerco le puso una mano en el hombro y con la otra agarro el arma se la quito y aquel no hizo ninguna resistencia, le indico que se sentara y guardo la pistola donde había estado el sapo. Al final cuando se fueron todos mi madre le devolvió la pistola con el compromiso de no volverla a llevar a la escuela.
Desde aquel día el respeto a la maestra se convirtió en cosa de regla general, los años pasaron y tanto el militar, como el alumno bromista se volvieron parte de los personajes que me acompañaron en gran parte de mi vida en Cuba. Grandes amigos y seres muy queridos de mi casa.

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