Para todos aquellos que presenciamos hace más de treinta años el inicio de los mítines repudio, en la ciudad de la Habana, los gritos de las masas enardecidas y enloquecidas, amparadas bajo el valor colectivo y protegidas por la policía política, sabemos la valentia admirable y el apego impresionante a las convicciones de estas Damas de Blanco.
Unas señoras, que se atreven a romper el paradigma de la unanimidad, y defienden a costa de su integridad, el derecho que deberíamos todos haber reclamado en su momento de respeto a expresar opciones y tesis diferentes a las impuestas por este grupo represor y sádico.
Para otros pueblos esta manifestación de valor resulta incomprensible, dado que ellos han alcanzado un desarrollo político y cultural mayor.
Y muchos se cuestionan por lo bajo, de que habrá valido dar tanta educación y cultura a un pueblo si no le supieron dar aceptación de la pluralidad y amor por sus propios ciudadanos.
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