Cuando las puertas batientes del “Café Río”, situado en la cuchilla de la Lenox con la 110, en Harlem, se abrieron, Chano regresaba a la barra de madera, después de echar otra moneda a la vitrola para que todos volvieran a escuchar su ultimo éxito “ Manteca”, alguien entra discretamente, le apunta con un arma y dispara.
Después de la siesta encendí el televisor y me acomode en mi silloncito, me faltaba hacer la tarea, pero no quería perderme la película de las tres de la tarde.
Los personajes son viejos conocidos, entre los actores de reparto sobresale uno, llamando mi atención tiene una sonrisa espontánea y fresca y el contraste de unos dientes blancos y su piel negra.
México 1984.
Empezamos a descender después de un viaje de dos horas y media, metiendonos en una espesa capa de nubes naranjas y violetas, los motores del IL- 62 M comienzan a desacelerar lentamente, la nave parece detenerse despacio mientras desciende y de pronto el cielo se abre y deja ver cientos de metros abajo, al impresionante Distrito Federal de la CD. de México, una tenue bruma empieza a ser penetrada por un sol que pasa por toda la capa de humo y contaminantes que acabamos de atravesar.
No se ve todavía el aeropuerto, solo algunos edificios altos realmente pocos y hermosos, todavía conservo húmedos los ojos por la difícil despedida y ya me estoy preparando para otro recibimiento igual de emotivo.
Atrás a quedado la Habana, con sus calles encendidas por el sol de octubre, me había levantado temprano después de una noche tranquila donde, distinto a la costumbre, no quise despedirme con fiesta, mis amigos fueron por su cuenta a celebrar al cabaret Tropicana.
Mi madre compone una maleta pequeña poniendo lo poco que llevaría para México, apenas lo imprescindible. Un pantalón extra dos pares de calcetas, dos calzones, una camisa, una playera y las cosas de aseo personal.
Habla poco y con monosílabos a las cosas que le pregunto por sacarle conversación, esa idea de irme a vivir fuera, no la tiene contenta, hemos sido compañeros de viaje durante 28 años, ahora mi camino continua sin ella, mi hermanita duerme ajena a nuestros pensamientos en el sofá de la sala donde se quedo para hacernos compañía.
La despedida se fue haciendo discreta por miedo a ese reflejo de años donde uno veía irse a otros , sin comentar nada hasta el ultimo momento, con una sonrisa cortada por las lagrimas, desatándose un sin número de situaciones que cada cual afronta como puede, muchos durmiendo en otras camas el día antes de su partida, porque el Gobierno les había confiscado e inventariado la propia.
Mi salida era la culminación de 14 años de estarlo deseando, los recuerdos estaban frescos en la memoria, era mi momento estaba sereno y pensativo, sin deseos de celebrar, dejaría atrás el sistema que me rechazaba, pero también mi pequeña familia, dividida y sola, disyuntivas por las que atraviesan todos los que un día deciden tomar este mismo camino y cerrando los ojos nos encomendamos a Dios, sin volver atrás la mirada por que la nostalgia nos vence de antemano.
Después de carretear un tramo bastante largo, el avión toma rumbo hacia un costado de los andenes pero no se acerca a la terminal y espera paciente que un enorme autobús se acerque. Por aquellos días los aviones de Cubana, temiendo cualquier tipo de atentado eran estacionados en muchos aeropuertos del mundo en lugares seleccionados, custodiados todo el tiempo por personal de seguridad cubanos, el temor a un sabotaje era cosa normal en la mente del Gobierno y para alejar toda sospecha ellos tomaron la responsabilidad de protegerlos de esa manera.
El enorme autobús se acerca despacio y poco a poco extendió una zona de contactos que nos permitió abordarlo sin ningún tipo de peligros. En ese vuelo viajaban aproximadamente 30 personas, no recuerdo haber hablado con algún cubano en el trayecto.
El autobús es alto y ancho con mucho espacio interior para equipajes y personas, pocos asientos y ventanillas panorámicas que nos permiten ver las maniobras de otros aviones y toda la magnitud del aeropuerto Benito Juárez. Quedamos como a 500 metros de la puerta de arribo más cercana.
Los oficiales de Migración revisan detenidamente todos los documentos y al ver mi pasaporte cubano me indican amablemente que los siga por un pasillo lateral, como a treinta metros nos detenemos, me ofrecen una banca y me piden esperar, en unos instantes alguien viene y me hace un par de preguntas observa mi documento migratorio, me extienden una cita para el siguiente lunes en la Secretaria de Gobernación, diciéndome que es cosa de rutina. Para los cubanos acostumbrados a tramites y tramites esto es normal y pasa indiferente, me devuelven los documentos y me acompañan de vuelta, llegamos a una sala enorme y vacía, se abre una puerta y a menos de cuatro metros esta mi familia mexicana que me espera intranquila.
Mis ojos panean como cámara de cine viendo a todos impacientes, me lanzo contento hacia ellos, me saludan, respirando felices al verme al fin allí y abrazo a mi hija que conozco después de un año y diez meses de nacida.
Estaba en México y veía por primera vez a mi niña, después de besar a mi esposa y mis cuñadas, cargue a mi niña y salí como si fuera un papá cualquiera que vuelve de un viaje de negocios, pero mis lagrimas no las podía contener, atrás quedaba una historia que no podría ser olvidada, delante comenzaba otra.
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