Yo quería abrir esa puerta de cedro enmohecida, dejar pasar los misterios hasta los espacios simples de la tarde, corroer todas esas palabras sin sentido que se disuelven en las conversaciones y que jamás sale la protesta, no hay sentido, no hay caminos curvos ni la suave pared de los espejos, quebrada o no por aquellas raíces de los árboles que despojan la primavera de sus cantos, ya no existe el tiempo, desapareció en un exilio de voces que no llega desde la lejanía y es la soledad quien descubre como son los pasos marcados en la arena de aquella playa donde nace el olvido.
Yo quería caminar de espaldas a lo siniestro, no hacer caso a las voces que salen del dolor, a las heridas que supuran desprecio, que anidan desde lo alto del campanario para caer sobre nuestras cabezas en cada campanada donde Dios camina despacio en busca de nuestras filosofías, pero es tarde, muy tarde en esta encerrada isla donde la monotonía es la similitud entre dos almas que no se conocen y amanece o no, a quién le importa el color de una canción si no hay altavoces suficientes para sentir el desprecio, si las imágenes no quieren encerrar la voluntad y si el doble espacio entre el rostro y la manera de soñar.
Yo quería regresar a mi soledad y buscar ese beso inolvidable, encontrarme con esas caricias que tantas veces arroje por la ventana del desprecio y no hay milagros, no hay destino, no hay ese regreso tan esquivo y perverso como la acidez de esa lluvia desprotegida. No hay ni siquiera respuestas que buscar, no hay pasión, no hay lágrimas que quieran anunciar la felicidad o el dolor, no hay tiempo. Se está marchitando el destino por ese camino tan desvencijado como el libro de versos prohibido que sobrevive a esos registros de memoria donde la sensación de gritar libertad es solo un espejismo, una especie de canto silencioso que se esconde en la esquina divina del tiempo.
Yo quería cantar una canción al destino, a esas enredaderas que se están muriendo por la falta de cambios, por la falta de pasiones y guitarras y por ello caminé sin volver el rostro, camine sin dejar de pisar a los que estaban dormidos en el Olimpo de la palabra, camine por encima de tanta sangre que nos ha salpicado porque hemos sido cómplices de la voluntad, porque hemos maldecido cuando tan solo el sol desapareció en vez de ir tras él. Yo quería cantar esa canción sin que naciera la cobardía y no pude, mi garganta necesitaba de arpegios más estridentes, mi sudor necesitaba más agua para nacer y quedé con los deseos de cantar mi silencio, quedé con los deseos de pintar una sola nota musical en aquella pared de ladrillos podridos, donde nació la muerte anunciada y se quedó sin respuesta.
Yo he querido hacer tantas cosas que tan solo he podido escribir cada uno de mis deseos, cada uno de mis lamentos, cada fragmento de esa gota de miel desperdigada por la tarde y no puedo callar, debo continuar escribiendo mis deseos, quien sabe si al escribir la última palabra una rosa se desprenda desde un abrazo y comience de nuevo por esa primera vocal que jamás llegó, por ese aniversario que tantas veces intento recordarme el camino del comienzo y retorno a él, a buscarme, a sentir ese sonido inevitable de mi alma y tomo la pluma y escribo sobre el tiempo y comienzo a sentir un abrazo de recuerdos.
Julio Antonio Rodríguez Santana
Tomado del blog Estados de Ánimo
1 comentario:
A ti Ángel, gracias a ti.
Besos
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