jueves, 11 de febrero de 2010
Ambar. Albina Castañón Landeros . Escritora potosina.
Las ramas del árbol cubrían una de las ventanas del castillo, espiaban como fantasmas voyeuristas. Dibujaban sus siluetas en el rostro de Sofía, quién dormía en la única habitación que tenía ventanas. Algunas veces ella soñaba con ser una sirena; en otros sueños era una bruja que jugaba con el tiempo y danzaba al ritmo de melodías de aquelarres bajo la luz plata de la luna.
Un día soñó que era una rosa plantada a la orilla de un gigantesco edificio. Había ruidos y olores que no conocía; emanaban de máquinas con ruedas. Un niño tiró de su tallo y la arrancó, jugó a quitarle los pétalos y al mismo tiempo sonreía y balbuceaba un idioma que ella desconocía.
El olor del libro lo hizo estornudar, acomodó su cuerpo entre las páginas y sus pelos negros acariciaron las letras y removieron la tinta. Un candelabro brillaba con la cera que escurría de una vela. La luz ámbar bañaba la habitación, el mago sostenía la pluma entre las arrugas de sus dedos, la iluminación rellenaba los pliegues de su rostro y escondía en cuevas sus ojos.
De repente sintió que el mago lo observaba, algo tramaba porque tenía el ceño fruncido y sus cejas pobladas eran remotos arbustos. Tal vez planeaba molestarlo vaciando unas gotas de cera en su cuerpo donde aún había vestigios de esa fobia placentera. Él también quería molestarlo, imaginaba cómo se vería demolido por las máquinas con ruedas que había visto alguna vez.
El viento despeinaba su cabello, le dolían los hombros a causa de la mochila que llevaba. Llegaría tarde a la escuela, pensaba en cómo recorrería en silencio los pupitres para engañar al maestro. Rodolfo, Rodolfo, era la voz de una mujer que parecía conocerlo, corría hacía él; el sol se burlaba de las lágrimas en sus ojos haciéndolas resplandecer. Él no le tomó importancia a la mujer y le dio la espalda. Al volver su mirada, las luces intermitentes de un camión lo cubrieron por completo.
Abrió los ojos iluminados por la oscuridad, de un manotazo el mago lo expulsó del libro; así que decidió buscar otro tomo más cómodo para descansar, le gustaba oler las palabras, nadar en las historias que contaban. La luz ámbar se extinguió, el mago con su habitual genio gruñó y mientras buscaba otra vela tropezó con él, pero esta vez se inclinó y acarició su pelaje; él sólo maulló antes de volver dormir.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Los cuentos de esta escritora, son tan bellos como ella. Un saludo , angel
Muy interesante el texto e intrigante...
que hasta estoy algo confundida...
saludos Angel!
Publicar un comentario