La ética del tirano Raúl Castro es toda la filosofía del desprecio, la arrogancia y la frustración de un sistema ante la condena mundial.
Es la resolución del no me importa. La postura de la confrontación y la ausencia de la utilización de las palabras como recurso natural de dialogo para promover entendimientos y suavizar las posiciones discordantes. Es, en resumen la finalidad del intercambio racional, convertido en irracional, para empecinar la postura.
La ética, como materia escolar imprescindible enseña verdades que debemos transmitir a nuestros estudiantes, e hijos, por ende a nuestra sociedad.
Fortalece el razonamiento, en tanto que motiva a buscar dentro de lo bello que encierra la mente humana, una sabia lección de vida dada desde la observancia de los principios de la libertad.
Cuanto he meditado sobre la misma y sobre el derecho que tiene la persona de poder pensar y actuar con libertad, para lograr progresar.
De hacer uso de su pequeño derecho a decidir lo que es conveniente, o no beneficia, o solo perjudica, o va en perjuicio de muchos.
Es evidente que profundizar en la filosofía y en la ética, no es virtud de los personajes que tiranizan al pueblo de Cuba. Y prefieren polarizar los eventos y justificar bajo sus postulados los hechos y acomodarlos a patrones gastados y manidos.
Demuestran su baja catadura moral y su gran desprecio por la libertad.
A pesar del miedo, de años de crear una aptitud irreflexiva en la población, de propiciar y cultivar una juventud superficial y poco comprometida con los cuestionamientos y de no permitir espacios de replica y pensamiento creativo, las aguas van tomando su nivel lógico.
Incluso al punto de entre los pensamientos de subsistencia razonable y abrumadores, tener la persona media, la ocasión de meditar en su situación existencial y en su dilema de vida, y por muy apáticos, oportunistas o indiferentes, no deja el ser humano de ser inteligente solo porque a un tirano se le ocurra la energúmena idea de prohibir expresarse, ya que no pueden por decreto o por fuerza evitar o prohibir pensar.
Es cuando “en esas horas de infinita tristeza”, apesadumbrado por el hambre, agobiado por las penurias y rodeado de censuras y desinformación, comienza la virtud y la expectativa de presente, habida cuenta que el futuro de las dictaduras es siempre la antesala de la democracia, a visualizar desde el fondo de las almas esa fuerza que solo proporciona la fe, sea esta religiosa o netamente material en un futuro donde nada, ni nadie impida poder expresar lo que se piensa y el crecimiento material y espiritual esté basado en la libertad de poder ofrecer mediante las contradicciones propias de cada época la iniciativa mejor para elevar la calidad de la vida sin esconderse detrás de pretextos y sabiendo desplazar de manera democrática y madura a las fuerzas sociales que impiden tal desarrollo.
Sé precisa entonces volver al origen del estudio del pensamiento de los hombres más ilustres, aquellos que enseñan no solo a pensar , enseñan a sacudirse de tiranos como esa plaga parasita que se apodera de los pueblos y les chupa los recursos ,que es como chuparles la sangre.
Los Discursos se lo llevará el viento y la audiencia, pasada la euforia de la propaganda vacía, continuará ante la ausencia de ofertas viables de corte sensato, un desafortunado presente de, no solo confrontación estéril, una presente de estancamiento y finiquito de la racionalidad.
Pero incluso hasta las más recalcitrantes dictaduras han tenido que dar paso a la dialéctica del cambio o su contraparte, la expectante disipación en la nada de manera imprevista o brutal, de su existir infortunado.
La hora solo marca el pobre desempeño de una dirigencia carente de recursos y acorralada por sus propios fantasmas. Sin soluciones a corto y mediano plazo, lucha en contra de los paradigmas que le salen al paso.
Es ante la crisis, por acumulación de errores, y malos desempeños, un cuerpo dirigente incapaz e insensible de poder fiar de sus propios personajes.
Acostumbrados a través de los tiempos a descansar en uno la resolución de las crisis, llega el momento crucial por ley inexorable de la vida. La hora en que los árboles se acercan severamente al castillo y las flechas apuntan al corazón del tirano.
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