A mi padre, enfrentado a los molinos nuevamente.
Del viaje que inicias, compañero mío, la vida misma llena de ilusión
al margen de las cosas que creemos imposible
sueñas
Ahora los molinos son reales y Dulcinea una rosa
que pones en el ojal y danzas para ella.
El cielo siente celebrar alguna obra que recreas
Los trazos en la tela son de oro y los dibuja tu sonrisa
Sigues estando a la diestra de la espera que aguijona
penetrando el alma.
Entuertos que la vida pone a ríos
de alguna forma a todos en su tiempo.
De tanto pintar Quijotes te convertiste en él.
Tu avatar de cielo azul y blanco cadmio, se fue enredando en madeja sublime
de oscuros nubarrones, de ceja descompuesta en epitafio no deseado.
Todo el asombro del mundo tiene un precio.
La tibia caricia de una niña, la ultima proeza del sentido, un beso dado en el tiempo.
Oscuridad que aguarda al fondo del camino, como un duende de la mano
a través del solitario mundo del paisaje
Ataviado del encanto imperceptible, un lienzo bajo el brazo, solo quien no te conoce ignora.
Enmudece mi mañana, que estalla en gotas de roció, mientras afuera el invierno te recuerda.
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