miércoles, 26 de noviembre de 2008

San Miguel de Allende, Guanajuato, México.

Para cuando llegamos a San Miguel, serian como las dos de la tarde, nos costo bastante trabajo poder estacionar el carro, y tuve la precaución de apuntar en un papelito de la cartera la dirección donde lo habíamos dejado.

Ya caminando pude apreciar con tranquilidad los edificios y las calles, esto fue a principios de 1984, la ciudad te envuelve inmediatamente con su arquitectura y aire de refugio colonial.

Al punto que ver un caballero con unos pantalones cortos atados debajo de las rodillas usando calcetas doradas y unos botines charolados con enorme hebilla
llevar al cinturón su reluciente espada y el bello sombrero típico del siglo dieciséis, adornado con una enorme pluma de grises colores, no seria nada ajeno, en aquel cuento de hadas en que se convierte tu entrada a tan peculiar lugar.

Han pasado 24 años y vuelvo a esa Ciudad de ensueños y nostalgias, maravillosos.

La Iglesia de San Miguel Arcángel, (en la foto), domina el paisaje y orienta como un faro, al viajero que regresa por su dosis de recuerdos.

Imponente con su estilo gótico tardío y sus colores siena predominantes, atrae nuestra vista y la atención de muchísimos visitantes que deambulan como yo por todos los rincones de la plaza.

Las fachadas están adornadas con los característicos colores de la Mexicanidad, verdes brillantes, rojos bandera, azules y amarillos, las casas comerciales ofrecen al turista cuanto souvenir se les pueda ocurrir, artesanías locales y nacionales, excelentes artículos elaborados con latón del que sus maestros hacen gala al conformarlo al punto de tener constituida una feria anual que atrae aún mas turismo del que habitualmente goza esta pequeña aldea del Estado de Guanajuato.

Situándonos al frente de la enorme iglesia, hacia la izquierda a menos de 150 mts. Encontramos una linda cafetería, atendida por unas personas jóvenes muy amables y donde sirven cualquier tipo de café imaginable, y si no le saben lo inventan que para eso son buenos los mexicanos, pero además se puede junto con la bebida, saborear de la casa una variedad impresionante de pasteles. Lo recomiendo, a mis hijos y mi mujer, nos han dado las horas ahí componiendo al mundo, y ya saben como pasa el tiempo en esos menesteres.

Tomando como referencia el Faro Eclesiástico símbolo de la Ciudad, atravesamos el parque y bordeamos el quiosco principal donde a cualquier hora y por idéntico motivo se junta la banda municipal y da cátedra de buena música a quienes, a la sombra de los laureles se sientan a leer, conversar o ser victimas ingenuas de las gracias accidentales de las palomas, en fin que ha todo esta expuesto uno.

Precisamente una de mis fotos es apuntando hacia un changarrito pequeño y el sillón del limpiabotas con la imagen de la Catedral detrás sentado yo en una larga banca municipal, con un ojo al paisaje y otro a las palomas, por sí acaso.

Como les decía, bordeamos el centro del parque y derecho al cruzar la calle hay una casa que se dedica a promover obras de arte, galería seria el nombre exacto, pero muchos de los negocios variados del centro, cumplen con la función además de albergar familias.

A un costado del parque hacia la derecha calle abajo vamos a salir a uno de los muchos mercados populares de San Miguel.

En el camino tenemos la posibilidad de husmear en las casas que venden artesanías y alguna que vende verdaderas obras de arte a precios razonables, se nota por la cantidad de conocedores que se deja caer de repente como atraídos por lo bueno a precio de ganga para los bolsillos de Canadienses, Europeos y nacionales como yo que no compran, pero me encanta meterme en todos los lugares y conversar hasta con el portero, una vieja costumbre adquirida en mi infancia cuando mi tía Eida, me llevaba de compras a la Habana comercial y desde la calle Monte, hasta el Malecón, iba entrando y saliendo en cuanta tienda había, saludando, preguntando y como diríamos ahora haciendo relaciones publicas, a mi esas giras me encantaban, aunque muchas veces llegaba a la casa con un horrible dolor de cabeza.

Para comer, en San Miguel, los lugares sobran, desde comidas italianas, hasta los antojitos mexicanos, aderezados con salsas picantes que hacen el delirio de los turistas valientes.

En esta ocasión la visita se debio a una reunión anual de las Iglesias de Cristo.

La comida fue abundante en platillos tipo buffet, chicharrón en salsa roja, frijolitos a la olla, mole poblano, carne deshebrada con papitas, picadillo a la mexicana, filete en salsa picosa, huevos revueltos estilo Veracruz, nopalitos y tortillas calienticas.

Los refrescos eran variados y al final no podían faltar el café y las galleticas dulces.

Quedaba entonces como sobre mesa salir a bajar tan pesada comida mexicana, vuelta la centro, donde vimos un enorme caballo, brioso y gordo, como el que sirve de modelo de una famosa marca cervecera.

Su dueño lo exhibía orgulloso por frente a la plaza principal.

Esta vez vi la presencia de muchos norteamericanos que se han mudado a este lugar Patrimonio de la Cultura Mundial, generalmente jubilados, que aportan su modo de vida y preocupación por la cultura y la naturaleza, conviviendo amablemente con los habitantes de San Miguel en un ambiente bohemio y relajado donde se hace cierta la frase todos cabemos en el cielo. Por que aquí no.
Hasta la próxima.

1 comentario:

Carmen Rivero Colina dijo...

Angel, me ha encantado tu idea. Con lo que me gusta viajar…además lo que cuentas es exclusivo no se puede encontrar en ninguna guía turística. Como sugerencia, si me lo permites, podrías poner más fotos, para que a todos se nos queden los dientes bien largos.
Saludos