Es dificil escribir de alguien, tratando de ser objetivo, cuando se le debe tanto.
Cuando una noche de 1963, en la galería del Edificio del Retiro Medico, en la Habana. el pintor Collado, iniciaba una hermosa carrera, culminaba un sueño y empezaba una realidad.
Un cuarto de siglo antes, atracaba un viejo buque en el puerto de La Habana, entre sus pasajeros descendía una mujer y tres niños, venían como refugiados de la guerra civil española, dejando atrás un horror que los había dejado huérfanos y pobres.
La familia comenzó a vivir una época dificil, y el pequeño Angel fue enviado a la playa de Santa Fè, para trabajar como mesero en un viejo restaurante de unos parientes lejanos.
Con apenas ocho años, tenia que ocuparse en atender mesas, lavar trastes y cualquier otra labor que se le encomendara solo por un lugar para dormir y la comida.
Un pintor vivía cerca por ese entonces y cuando disponía de algunos centavos, enviaba por algo de comida al viejo restaurante, siendo el pequeño galleguito el mesero encargado de ir a llevar el pedido.
La primera vez que el niño español llevo algo de comer al pintor, lejos estaba de imaginar que se estaba escribiendo una historia maravillosa.
La puerta entreabierta, la brisa del mar con su sabor salobre, un hombre delgado tose, y pinta frenéticamente, sin poner miras en el niño que absorto lo ve hacer.
El niño se ha quedado en la puerta, callado, hasta que el hombre voltea y le dice: vas a estar parado ahí toda la mañana!
Mira desde su pequeña estatura, al pintor desaliñado y enfermo, que acaba una obra maestra pero ninguno de los dos lo sabe.
Ese día, en ese instante el niño supo su vocación y también lo adivino el pintor que lo apadrino desde ese instante.
El artista era Fidelio Ponce de León, el niño, el discípulo, Angel Enrique Collado Pérez.
La historia empieza allí.
Pero tiene muchos inicios, como Rayuela, de Cortazar.
La niñez y la juventud fueron de mucha pobreza y trabajo, pasar por las tiendas que venden oleos y pinceles y no alcanzar el sueldo para un solo color.
Pinta después de haber ahorrado en los transportes y los almuerzos, un viejo Caruso y paisajes campestres. Nada significativo.
Triunfa la Revolución y un viejo amigo lo encamina a una oficina de arte, creada a prisas por el Comandante Guevara, un lindo apartamento del edificio Focsa, en el Vedado, Habanero, con vista al Malecón. Material de trabajo en cantidades jamás vistas por el joven pintor. Cuba es un hervidero de transformaciones.
Muchos intelectuales abandonan el país, otros como el viejo maestro, han muerto en la pobreza y el olvido que suelen ser compañeros de las grandes leyendas.
La Revolución daba una oportunidad al novel pintor, cumpliéndose el sueño, ahora era necesario mostrar lo aprendido del viejo maestro.
Fidelio fue un hombre controversial, sus palabras tenían la fuerza de una espada desenvainada, con una frase destruía un sueño y se hacia de enemigos, por sus sinceros juicios críticos, en cuestiones artísticas era muy acertado, los grandes le temían, los mediocres lo odiaban.
Hasta hoy en día, por eso no aparece en catálogos, ni en antologías, ni recibe homenajes póstumos, alabanzas, ni promoción alguna. Fue un lobo solitario, más grande que su mito.
Un gigante sagrado de la pintura, el pintor más autentico de todos los tiempos en Cuba. No tiene su obra influencia alguna, ni comparación con otros artistas, europeos o americanos.
Toda la tristeza de una vida dificil, la volcó en sus beatas y los tuberculosos. Trasmite tan fehaciente su entorno y su propia vida que aún sin conocerlo, quien se acerca a su obra se impregna de una nostalgia involuntaria que no permite alejar los ojos de tan impactantes imágenes.
Colores fríos, oscuros, tristes y melancólicos. Como su vida que se apagaba, luchando contra toda la envidia que lo rodeaba.
Algo de esos grises invadieron el subconsciente de Collado, como presintiendo que un día esa vieja nostalgia del pintor maldito, vendría por su alma, sometiéndolo, dispuesta a quitarle la alegría, mostrando en su carne la implacable mueca del éxito.
“Paisajes Marinos”, la primera exposición, se vendió toda, menos dos o tres obras que permanecieron en poder del artista y que pude contemplar por allá de 1975.
Siguieron, Paisajes, Flores, Escenas de Toros y Toreros y los famosos Quijotes.
Quijotes de todos los tamaños, enormes como aquel rojo que fue a parar al Palacio de Invierno del Kremlin, obras que han viajado todo el mundo, desde México hasta África.
En Colecciones privadas y oficinas consulares, pasando por particulares que conservan piezas obsequiadas por el artista.
Los Quijotes de Collado, y su filosofía revolucionaria cabalgan sin descanso.
Para 1970, el prestigio dado por la calidad pictórica, los días dedicados sin descanso a la creación artística, sin importar el asma, ni la hipertensión y muchas otras dolencias físicas, lo hacen, por meritos propios, pertenecer al selecto grupo de miembros de la UNEAC, en la sección de Artes Plásticas, reconocimiento que avala una obra que rebasa fronteras dando vida y renombre a un modesto obrero de la plástica cubana.
La obra del pintor Collado, nos revela, una maestría impresionante del instrumento que usa para plasmar sus ideas sobre el lienzo, haciendo de la espátula, la herramienta que adquiere nuevas dimensiones. Cuba registra un pobre desempeño, en obras hechas a espátula, siempre usada como complemento o auxiliar en alguna obra, incluso no extensa, ni de uso exclusivo.
Collado adopta la espátula como adarga, igual que toma para si al personaje mítico del Quijote, revistiéndolo de una filosofía que va mas allá, del recurso original de la invención de Cervantes.
Le da un sentido revolucionario, mimetizándolo al momento histórico, que desboca pasión y fiebre creadora de todo tipo.
Lo funde a héroes y martires en los sucesos que a diario se viven transformando el entorno de la Cuba revolucionaria.
Cobran vida en sus colores rebeldes, Camilo y el Che, guerrilleros heroicos, convertidos por la espátula de Collado en Quijotes eternos.
Rojos sangre y azules plumbagos, grises puros y limpios, en su empaste, pone y quita, dibujando y jugando con el instrumento, la fuerza profunda que da vida, mas allá de dos planos ilusorios, la luz lograda del color y de la composición, integrados a la intensa filosofía del mensaje.
Convincente los Quijotes de Collado, llevan un trazo fuerte y vigoroso y la ternura del artista que matiza y crea el ambiente. Único.
Tras esta multitud de sus obras, viaja un aire de nostalgias que descubren la soledad de una infancia que no fue avisando al pintor que de pronto la vida le cobraría la factura, a cambio de ofrecerle irónicamente agradecida, al esfuerzo del quehacer cotidiano, la dicha de vivir de lo que ama y la fama, el precio con que el arte muerde traidoramente a los que se le entregan.
Llego el silencio horrible de la nostalgia, que impide amar la luz, cerrando los ojos al deseo de ver nacer un nuevo día oscureciendo todo en lo mejor de su carrera.
Viviendo esa larga época, le toca sufrir, ademas, la voraz mano del sistema, que viendo un filón en los artistas plásticos, los condiciona, so pena de delinquir, al ofrecerse de intermediario espontáneo entre un público deseoso de adquirir obras de arte reconocidas y un Estado oportunista que impide hasta la mas mínima expresión de libertad creadora.
Este sablazo indigno y el conocimiento, que antes fue sospecha, de una negación a viajar a Europa invitado por la realeza Belga, bajo sospecha de una escisión, Quebraron la débil pared de agradecimiento y hazañas en su largo expediente de campañas alfabetizadoras, luchas revolucionarias y sincera postura socialista, tal vez, de manera sincera con la ingenua mirada de los agradecidos , que al confiar, pierden de vista los negros trasfondos de un sistema que solo se renueva para oprimir mas al pueblo, fiel a sus propios intereses, donde los seres humanos pueden ser sacrificados o desechados en función de coyunturas.
Hoy el pintor de los grises tristes y empastes originales, cabalga su ancianidad, lejos de la Patria adoptiva, impedido por la salud a acercarse a los oleos y las telas, con altas y bajas en su salud, teniendo como sustento la fortaleza tierna de una Dulcinea camagüeyana, que como fiel escudero, carga con su amor sin fin, la mano bella del recio pintor.
Con una caricia así, en momentos que la rodilla cede y raspa el piso duro de la vida, fiel como roca, los labios de su dama, le ponen un nuevo brío a su corcel cansado.
A ese viejo Quijano que se fue de la Patria, por que vio detrás de los molinos, la vulgar figura de un tirano, lo ha premiado la historia con el sincero merito de ser el mejor pintor a espátula del siglo xx en Cuba.
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