Hablar de los graves disturbios en Egipto es profundizar en la historia de un pueblo milenario. Discurrir sobre la transición hacia una democracia en dicho Estado, que pese a lo que se desconozca, ha sido en los últimos 40 años ejecutor de una política exterior de equilibrio en el mundo árabe, algo sobre lo que deseo escribir ahora.
Todos sabemos del peligro mundial que representan grupos extremistas musulmanes, al que este gobierno egipcio ha mantenido a raya, igual que en su momento lo hizo el ejecutado tirano de Irak.
Sin embargo este punto de vista que conoce y manipulan muy bien los EEUU y las demás potencias mundiales y del que se ha beneficiado el Sr. Mubarak, está tocando trágicamente a su fin y todos los que tememos que tales grupos se hagan con el poder estamos preocupados.
Siento que el Estado Judío es uno de los más preocupados por esta geopolítica que puede escaparse de las manos de occidente y devolver a Egipto si bien les va a una etapa similar a la vivida en los años sesenta. Sin embargo las circunstancias han cambiado y el auge del terrorismo de Estado, no puede dejar de ser valorado.
Todo esto dicho de manera superficial, es la esencia de la problemática actual en el país de los faraones.
Un tránsito hacia la democracia debe estar tutelado por los países que anhelan continuar con un aliado en el mundo árabe, sin afectar los derechos legítimos de un pueblo cansado de ser producto de arreglos políticos donde se omiten las reglas de tal democracia en función de intereses también validos pero que no impiden dicha modernidad en la vida institucional de Egipto.
Es un gran reto para la diplomacia y el interés genuino por un pueblo que sufre una dictadura y los vicios que esta conlleva a una sociedad ávida de respeto a sus derechos inalienables.
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