Ha muerto Nelson
Mandela y se han llevado a cabo discursos, visitas, homenajes y programas
televisivos.
Los hombres mueren.
Queda la trayectoria,
no sé si mayúscula o minúscula para la que somos usados algunos en el mundo.
Que no todos estamos
llamados a ser guías, ni muchos traemos un discurso de vida digno de mejorar a
la humanidad, aunque seamos parte de ella.
Algunos pasamos sin
pena, ni gloria y otros pudiendo hacer grandes cosas acaban siendo tirados al
basurero de la historia.
Un puñado llega a
niveles envidiables de posibilidades de cambiar el curso de la historia para
bien de un pueblo, un país, tal vez el mundo y solo enturbian y empantanan los
asuntos tremendos que pudiendo mover para bien, enlodan y ensangrentan.
De esos hombres que
destruyen pueblos la humanidad no puede ser ignorante, porque otros
verdaderamente grandes trazan tal cúmulo de diferencias que los exponen
claramente.
Incluso hasta los más
indiferentes observadores, la maldad intrínseca que llevan en sus mentes
macabras, hombres mediocres y vulgares que endiosados y llenos de prepotencia
usan el poder como rufianes y camorristas, no pasa inadvertida.
Dividen a sus pueblos,
siembran el odio, reprimen, encarcelan y eliminan a quienes les señalan sus
errores.
Que lograda la
oportunidad cimera prefieren dar paso a sus bajos instintos y al carecer de las
bondades del alma que son la verdadera grandeza del ser humano, deciden como
Fidel Castro, privilegiar lo vil y vengativo, en vez de saltar el lado oscuro
de la maldad humana y verter luz sobre la tierra aunque solo sea para poner de
manifiesto que lo pequeño del hombre es una gran virtud si se usa para edificar
y perdonar, van regando veneno y muerte en todo cuanto emprenden.
Pero saber perdonar y
levantar una nación con todos y todo tipo de pensamientos, se requiere más que
odio, amor.